jueves, 4 de noviembre de 2010

Tren de sangre

Texto: Rubén Camacho Zumaquero
Ilustración: Ángel Daniel García Marinello



TREN DE SANGRE


Soy un tren hecho de sangre.

Sueno como un tren, mi corazón bombea y resuena como el ciclo de un púlsar, como el medio tiempo de una música de folclor. Mi olor es intenso y embriaga si tu boca es lo suficientemente grande y tus apetitos desafían lo común, pues el apetito común, el vanal y anodino, sufre la censura del miedo.

Las vías de acero no están hechas para mí. Me hacen daño. Se oxidan y no les gusto, no quieren que vaya tan rápido, con tanta intensidad. Por eso voy con aún más intensidad, para desafiarlas y empaparme de todo su óxido desprendido. Me muestran su desprecio con el rechazo del frío metal, estático, seco, tan repleto de miedo y complejo que siento condescendencia por él, mientras continúo avanzando, mientras la música sigue sonando, símbolo de mi corazón sin pausa, y mientras la caldera ardiente da señal de mi llegada.

Soy como un tren hecho de sangre. Arrollo y degluto a mi paso. Absorbo materia y también dejo descendencia con mis gotas en la tierra. Yo siempre fui un tren hecho de sangre, e ignoraba, en mi vértigo, las consecuencias del calor de mi crecida. Mientras tanto, continuaba cabalgando.

Finalmente, vi que mi destino es el de los trenes hechos de sangre: tarde o temprano colisiono, ensucio el suelo y la sangre se seca hasta quedar hundida en la tierra, testigo de mi fracaso.

Luego, me limpian.

Apenas queda mi olor.




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