lunes, 15 de octubre de 2012

59 días

Compadezco (y apoyo) a las personas que se deprimen. Hace apenas una semana una mujer lloraba conmigo. Decía, en su hipotética autosuficiencia, que era fuerte por fuera y blanda por dentro. Se relataba como un cangrejo y se volcaba en mí. Horas después me pregunté, en mi egoísmo, si mis lagrimales padecen algún tipo de problema fisiológico. Un oltalmólogo me dijo en su día que sí. Me dijo, incluso, que necesitaría lágrimas artificiales toda mi vida.

Yo nunca me deprimo. Parece que estoy dotado de un sistema emocional y un cerebro inmune al derrumbe, a la dependencia, a necesitar. Fuerte por fuera (o quizá no tanto) y una roca de infinito poder volitivo por dentro. Lo que nadie comprende, es que esa roca también duele. Llevar una roca dentro es también doloroso. Es muy pesado.

Recapacité entonces y comprobé que mi ciclo es de 59 días. Durante 59 días, soy inmensamente feliz y contagio mi felicidad a quien está a mi lado. Actúo con libertad y el camino del desaliento no existe. Hasta que se cumplen 59 días.

Entonces, en ese día, llega la nostalgia. Llega la preocupación intensa del Quirón herido. En ese día, que a veces son dos, toda mi rutina cambia. No me compadezco ni abandono, sino que me castigo. Mis herramientas son de adicción y placer: fumo apasionadamente y un cigarrillo tras otro (cuando en mis 59 días, no fumo nunca), bebo alcohol, busco contacto social impulsivamente, converso sin descanso, y me acuesto con mujeres que realmente no me gustan. Vivo una destrucción intensa hasta que, siempre en la compañía de algún hermano de camino, me derrumbo y duermo tras varios días sin hacerlo.

A la mañana siguiente despierto y comienza de nuevo la cuenta de 59 días. Me vacuno fiel y destructivamente y continúo.

En las horas de esos días, en cada cigarrillo cancerígeno, en cada impulso, en cada acto destructivo, estoy, tristemente, amando.

Supongo que, quien llora o se deprime, no vive esos días y no está vacunado contra la destrucción que yo, en dos días intensos, vivo hasta enfermar y caer. La decadencia y el renacimiento.

Día 1.


  • Eres, y estás,
        en los besos que voy dando
            (mentirosos que buscan verdad);
    en la caricia, la saliva desconocida que intercambio,
    las miradas castañas, los caminares lejanos,
    en lo ebrio cuando bebo, y en el tabaco cuando fumo.
    En cada impulso mío.

("Eres y estás", De raíz rebrotada, 2010)

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