lunes, 23 de enero de 2012

Sobre el miedo

Hoy día es muy popular hablar sobre el miedo. Todo el mundo lo hace. Una de las frases más comunes (y que también se utiliza como gancho comercial), es: "¿cómo podemos conseguir vivir sin miedo?". Vivir sin miedo parece un objetivo imprescindible en nuestras vidas. Es un trabajo vendido y buscado por terapeutas y Coachs (mi formación y mis dos profesiones). Me pregunto cómo podemos vivir sin miedo, y la respuesta viene a mí con premura, de manera espontánea.

La única manera de vivir sin miedo es estar muerto.

El miedo es una emoción básica desde el punto de vista de la Psicología moderna, y si reducimos aún más su significado basándonos en respuestas neuronales, podríamos decir que es una de las dos manifestaciones básicas de nuestra energía emotiva.

Hace años, yo cometía un error flagrante y fruto de mi inmadurez (es una de las bases de mi seudoteoría, nunca demostrada, de que todos somos un poco o bastante imbéciles desde los 18 a los 25 años). Yo decía que no sentía miedo. Incluso, de manera irónica, me excusaba en la teoría de que vivía con la ausencia de una enzima para sintetizar el miedo. No tenía miedo a experiencias nuevas, al peligro, al sufrimiento o a las pérdidas. Con el tiempo aprendí que mi miedo, un resultado de mis emociones, reposaba en las limitaciones de mis creencias, que a su vez, me impedían evolucionar, así como en mi propia percepción del mundo. Creía no tener miedo, pero estaba presente en cada una de mis acciones. Incluso, en las que aparentaban valentía.

No podemos vivir sin miedo. El animal que consigue escapar del depredador lo consigue gracias a la emoción del miedo. El animal que no puede escapar del depredador se enfrenta a él y segrega una cantidad de adrenalina abrumadora. Es el miedo activo, poderoso, o como solemos definirlo, la ira, que no es otra emoción que la del miedo dirigido a la acción.

El miedo no nos hace daño, sólo nos informa. Somos nosotros, a través de nuestras experiencias, errores en el uso del raciocinio (la psicología del pensamiento también demuestra que, de racionales, tenemos más bien poco; Descartes se equivocó en demasiadas cosas), y sobre todo a través del Ego, los que nos dejamos atrapar por un miedo que dirige nuestras vidas. Pero somos nosotros, no el miedo. El miedo es inocuo en sí mismo. El peligro está en lo que nosotros hacemos con él. No necesitamos matarlo (de hecho, es imposible), sino comprenderlo.

Es el peligro de vivir sometidos por nuestra interpretación del miedo. Es la deficiente gestión (e interpretación) de nuestras emociones lo que conlleva que la emoción del miedo nos domine (tanto para no avanzar como para actuar de manera desmedida hacia objetivos estériles). Es el miedo al cambio el que nos crea necesidades emocionales, ficticias. Es el pensamiento, y no la emoción.

Es, ante todo, el Ego que utiliza la energía de nuestro miedo para condicionar nuestra visión del mundo, nuestras actitudes y conductas, el que nos dirige de mentira en mentira. Y somos nosotros quienes lo permitimos. Porque tenemos miedo.

¿Podemos trabajar con el miedo?

Podemos trabajar el Ego. Podemos identificar el origen de la emoción miedosa y trabajarla. Podemos ser inmunes a un miedo que nos llega, nos informa, pero que controlamos, de la misma manera que podemos resistir las acometidas urgentes del perro que nos pide una comida que realmente no necesita.

Podemos trabajar con el miedo, controlarlo y utilizarlo finalmente para nuestro propio beneficio; pero jamás eliminarlo, porque estaríamos con ello eliminando una parte esencial de nosotros, como es una de las emociones humanas más primordiales.

Trabajar con profesionalidad dependerá de los conceptos de los que partamos. Si partimos de un concepto tan erróneo, el resultado siempre será equívoco.

Podemos mirar el miedo por encima del hombro e incluso compadecernos de él y de sus mensajes. Pero no matarlo. Porque es nuestro. Y no seríamos humanos sin un poquito de miedo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario