sábado, 7 de julio de 2012

Más allá de Quirón

Quirón, en la mitología griega, era el gran sanador que no podía sanarse a sí mismo. Era el centauro herido, el primer veterinario. Su gran estigma es que Quirón tiene el gran potencial para sanar a cualquier persona de cualquier mal, pero es incapaz a su vez de sanarse a sí mismo.

Algunas personas, y muy sabias, me han trasladado la leyenda de Quirón, haciéndome saber que yo portaba la misma huella. La infinita capacidad para catalizar la sanación del otro, una herramienta para el darse cuenta, una habilidad que termina por ser una vocación, una profesión, una vida completa. Sanar a todos menos a ti mismo. Pero ahora no lo creo así. Ahora veo mucho más lejos de Quirón.

Sanar tu propia herida es posible si haces de tu marca una virtud. El potencial es infinito. Utilizar tu propia persona como catalizador para que los demás sanen, es una virtud que termina por paliar cualquier herida, por profunda que sea. Esto conlleva emoción. La emoción de ver al otro sanar. La emoción de comprobar como otra alma, corazón y conciencia ve más allá de sus límites y desafía sus enfermedades ilusorias para quedar completamente desnudo, renovado, pleno. Despierto. La alegría de ver la sanación del otro cura cualquier herida propia.

La auténtica herida, el auténtico drama de Quirón, más allá de sus propias llagas, y que ahora sé, yo porto cada día, es precisamente tener la gran capacidad para sanar a todos, y a su vez, carecer de la oportunidad para sanar a la persona que realmente amas.

Eso sí es una herida, y no una flecha en el costado de Quirón.

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